jueves, 24 de abril de 2008

YO QUIERO UN E-BOOK



Guardadas las debidas proporciones, el Kindle -aparato lanzado por Amazon hace cuatro meses y que sirve como soporte para la lectura de libros, revistas y diarios electrónicos- fue y sigue siendo promocionado como los iPods (y sus genéricos) en relación a sus exitosos precursores. Nunca un lector de libros electrónicos tuvo tanto suceso.
El diseño ya no es tan importante como la posibilidad de bajar en menos de un minuto cualquiera de los miles de títulos ofrecidos por Amazon, sin necesidad de cables (el nombre del sistema es Whispernet - parece un juego, ¿no?) o siquiera de una computadora, y además el precio razonable (definitivamente menor del que se cobra por la versión impresa) es tentador de verdad. También está el hecho de que el aparato es extremadamente liviano.
Un amigo (de esos ortodoxos cuando se trata de mantener la mágica tradición del consumo de libros impresos y que actualmente está viviendo en los Estados Unidos) me envió un mensaje diciendo que jamás pensó que leería un e-book, pero que pidió un Kindle prestado y le gustó tanto que terminó comprándose uno propio.
El hecho es que, en este mismo momento, ya no quedan existencias de Kindles, se vendieron todos; si quiere comprar uno tendrá que ponerse en la fila.
No sé qué pensar.
Tengo siete estantes de hierro llenos de libros. Nunca leo un solo libro (mi mínimo son tres a la vez, sin contar los técnicos de mi rutina profesional, de los cuales feliz o infelizmente no consigo escapar). Sufro cada vez más por el peso de los libros (seguramente diseñarán un soporte, tipo columna, para el juguetito), no es despreciable el daño que el exceso de carga soportado durante horas de lectura le está causando paulatinamente a mis cervicales. Además me molesta el desperdicio de papel (el Kindle puede almacenar más de 200 libros).
Creo que es razonable que el consumidor promedio pretenda tener uno (aunque el precio, U$S 399, aún es elevado), noto que mi generación de a poco se está cansando por el volumen de páginas y de hojas; quienes pertenecen al ámbito académico saben a qué me refiero.
Dicen que el resultado sobre la pantalla es igual que el del papel. Con sinceridad, eso es lo único que me importa, el resto son aciertos de diseño que pueden quedar para la segunda generación (no tengo vocación de cobayo).
Sin dudas el lector brasileño necesitará dominar el inglés, y esto será siempre un problema si la intención fuera establecer un mercado nacional. En los Estados Unidos, desde el lanzamiento del Kindle, el consumo de e-books se duplicó, si bien eso no significa gran cosa: allá el consumo en medios digitales representa todavía menos del 1% de un mercado que mueve cerca de 35 mil millones de dólares en negocios por año.
Parece que estamos presenciando el paso siguiente al Sony Reader. No se trata de un mejoramiento de aparatos, ahora se está ofreciendo un nuevo servicio. Parece que el próximo paso deberán darlo las editoras. ¿No es bastante?
En una nota escrita por Steven Levy publicada en la revista Newsweek el año pasado, se mencionó la posibilidad de que el autor efectuase directamente en los Kindles las correcciones de textos (las modificaciones y perfeccionamientos que algunos obsesivos siempre quieren hacer); como escritor de libros sé que esto no estaría mal, y ni hablar en el campo de la poesía: la tentación del escritor a la que ningún lector se resistiría (ya está sucediendo en los blogs).
En toda esta historia lo que me fascina es la fuerza de esta cultura del texto en papel (miren los daños que causó el MP3 a la industria musical). Existe un peso (no meramente físico), una armonía de encuentro que parece se revela sólo en la celulosa. Sé que me estoy ilusionando y que todo se reduce a la cuestión de acertar con el formato (parece que el destino del mundo es el celular, ¿no?).
Me arriesgo a decir que, por ahora, el problema está en primer lugar en las baterías que, a pesar de su gran autonomía (30 horas), siempre pueden dejar al lector de a pie y, en segundo lugar, literalmente, en las mismas manos: leer es una forma de quedarse quieto (de entretener a nuestro par de niñitas nerviosas; claro, pueden ser niñitos). Creo que que fue el poeta Fabrício Carpinejar quien escribió "el tacto es el escudo de los ojos".
Entonces en el futuro llegarán las muestras y luego, como siempre, los sucesores que invariablemente deberán ser mejores y costar menos.

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ASALTO HECHO POR LA NEGRA CHOLA PETA