Cuando vi la pelicula, grande fue mi sorpresa saber que habia sido basada en hechos reales, y encima que habia pasado en LOS ANDES, este grupo de jugadores de Rugby, no se estrellaron en una isla donde los secuestraban (mismo LOST) , tampoco eran desconocidos (lo esencial q tuvieron para poder salvarse) fueron amigos y compañeros, estuvieron mas de 70 dias en medio de la nieve y mas perdidos que los de LOST, uno de los momentos mas traumaticos para ellos fue oir por la radio que pasados 10 dias de su busqueda, las autoridades habian decidido NO BUSCARLOS MAS. Hay una parte de la pelicula que me gusto, fue cuando un sobreviviente comento o dijo que el sitio donde se estrellaron realmente sintio a DIOS lo mas cerca posible en toda su vida. Fue una demostracion de supervivencia, lo que un ser humano cuando se siente perdido, con hambre, cansado puede hacer para vivir esta vida, con la ayuda de dos hombres, éstos caminaron durante 10 dias por la nieve y pudieron buscar ayuda. Lean esta cronica o reportaje sobre la tragedia ocurrida uff hace 03 decadas y pensar que recien habia nacido.
Carlos Páez Vilaró tiene 53 años, dos hijos y tres nietas. Es uno de los sobrevivientes de la famosa tragedia aérea de Los Andes. Su aspecto no es el de una víctima, tampoco del consumidor de alcohol y drogas que fue. Habla con una cortesía firme, campechana, siempre mirando a los ojos. El estereotipo del mártir le repugna. Vive en Montevideo. Se dedicó a la publicidad y ahora, además de presentar su libro, Después del día diez (Planeta), da conferencias motivacionales.
La crónica dice que el 13 de octubre de 1972, un avión de la fuerza aérea uruguaya con destino a Santiago de Chile se estrelló en la cordillera de Los Andes con cuarenta y cinco pasajeros. Estudiantes, jugadores de rugby, familiares... El impacto dejó doce muertos. A los diez días dejaron de buscarlos. Enterados, y perdidos en medio de Los Andes, decidieron, como fuera, sobrevivir. Los episodios son públicos y abrumadores. En un intento desesperado, Fernando Parrado y Roberto Canessa se lanzaron y atravesaron, durante diez días una planicie nevada y una vertiente que los dejó al borde de un río. Se habían salvado. Se salvaron, en total, dieciséis personas después de 72 días en la montaña a temperaturas inverosímiles. Terra Magazine conversó con Carlitos Páez -así firma su libro y su propio website- en Buenos Aires, sobre esa experiencia y sus enseñanzas.
Entrevista
Terra Magazine: ¿Cuál fue el momento clave en aquella terrible experiencia?Paéz Vilaró: Sin ningún lugar a dudas: cuando escuchamos por la radio, con el sonido cortado por las rachas de viento, la falta de pilas y la precariedad de la antena, que habían desistido de buscarnos, que después de diez días habían desistido de buscarnos... Fue un momento increíble, de temor, de pánico, de liberación, todo junto. Nosotros sabíamos que estábamos vivos, pero el resto del mundo había decidido que ya no valía la pena buscarnos. En ese momento dejamos de ser sobrevivientes para vivir y ser los timoneles de nuestro propio destino. Y lo más impresionante es que después de dar la noticia, el noticiero siguió con las novedades que se estaban preparando en Punta del Este para el verano. Nosotros, o algunos de nosotros, que íbamos siempre a Punta del Este, estábamos perdidos en medio de los Andes, dados por muertos, o enterrados bajo un alud de nieve, mientras la vida, el mundo seguía su curso.
Terra Magazine: En el libro es como una suspensión, algo estático.Paéz Vilaró: Es que por primera vez en mi vida, tenía la seguridad de no existir más para nadie. Ya no contábamos. El mundo nos había descartado, como quien descarta un mal recuerdo. La sensación de soledad de esa noche fue abrumadora. Era la más pura soledad. La soledad más grande que he sentido en mi vida. A los diez días, habíamos desaparecido de la faz de la Tierra. Hubo algunos que esa noche se quebraron, que se quebraron definitivamente, que se abandonaron. Yo lloré, no voy a negarlo, lloré mucho, y recé, me encomendé a Dios. En algún momento, la soledad se transformó en rabia, en impotencia y rabia, pero ganó la rabia, que en esos momentos puedo asegurar que es un sentimiento más productivo, un sentimiento de sobreviviente. Recuerdo que dormité pensando cómo iba a hacer al otro día para salir de ahí, costara lo que costara. Y pensaba si estaba todo perdido o no...
Terra Magazine: Usted también habla en el libro de humildad.Páez Vilaró: Efectivamente. ¿Qué otra cosa si no es humildad se puede ganar bajo la bóveda del cielo a más de 4.000 metros de altura y teniendo la certeza plena de que dejaste de existir para el resto del mundo? Te sentís nada, eso que uno realmente es y que se lo pasa taponando con éxitos, logros, vanidad, drogas, licenciaturas, lo que sea. La humildad me acercó más a Dios. Dios no le pide nada al mundo. Es un puro dar. Pero ese dar no es un objeto, no es algo para consumir. Es una gracia, una fuerza, una energía, un consuelo... Y no se olvide de quién era yo hasta entonces: un malcriado, un nene de papá, un privilegiado que jugaba al rugby y que se estaba yendo de a Chile a divertirse unos días con sus amigos. A mostrarse tal cual un pavo real: chicas, tragos... Y de golpe, ¡bum!, el avión que pierde altura, se quiebra y queda todo roto y como si estuviera estacionado sobre una pista de hielo. Ibamos a divertirnos y terminamos en la nada.
"(...) No hay dudas de que nuestra arrogancia se dio contra una pared, pero también es verdad que nuestros esfuerzos siempre fueron una actividad constante y empecinada para luchar contra el no, contra la negativa con la cual quería contestarnos la cruel realidad de los hechos. El frío, la muerte de los amigos, la sed, la suspensión de la búsqueda (...) Es verdad que ahí es donde se empieza a tomar contacto con Dios. En la cordillera estábamos todos igualados, nadie era superior al otro y como si todo lo que sufríamos no fuera suficiente, Habíamos dejado de existir para los demás (...)".
Terra Magazine: Usted dice que habían desaparecido para el mundo, y es cierto. Sin embargo, su padre, el escultor, el dandy, el dueño de Casapueblo, el hombre de mundo, jamás perdió la fe, siempre pensó que su hijo estaba vivo en algún lugar remoto de la cordillera. Páez Vilaró: Sí. Insistió, organizó búsquedas, no se dio nunca por vencido, molestó a diestra y siniestra para que el rescate no se suspendiera. Ahora, también es complicado lidiar con un padre así, de personalidad tan fuerte, artista, bon vivant, exitoso, viajero, escritor. Y más todavía si uno era como yo, un consentido, con ciertos privilegios por la culpa que le solía generar su divorcio. Pero bueno, hay cosas que no se olvidan: estuviera donde estuviera, papá, el día de mi cumpleaños o el de mis hermanas, siempre estaba presente, siempre, todos los años. Cuando fuimos rescatados, se generaron algunos roces, muy menores, entre los familiares, porque parecía que todo había sido esfuerzo de él, de su tenacidad, de su persistencia. Y, por supuesto, no era así: hubo múltiples factores que ayudaron. El más importante, la fe. En esa fe yo me encontraba con papá.
Terra Magazine: ¿Dios sigue teniendo ahora la misma importancia que entonces?Paéz Vilaró: Bueno... La misma importancia... No sé si se puede medir en esos términos. Y siempre repito algo: la presencia de Dios fue una de las claves para sostenernos arriba, pero no en el sentido de un milagro, sino que el milagro era el de estar vivos y sostenernos distribuyendo las tareas hasta en los momentos más complicados, hasta en los momentos más terribles, cuando ocurrió la muerte del piloto del avión. El tipo estaba condenado, tenía las piernas destrozadas, nos pedía que lo matáramos, entonces le sacamos una pistola con la que se hubiera pegado un tiro. Finalmente se murió. Pero como sucede siempre, una vez vueltos a la vida "normal", por así decirlo, Dios desaparece. En mi caso, no desapareció, no nos permitimos esa arrogancia, estábamos curados de espanto ¿
Terra Magazine: El espanto aparece siempre, en este caso, con la cuestión de la alimentación.Paéz Vilaró: Sí, es cierto. Pero esto hay que hablarlo de frente, sin medias tintas, porque si no, no se entiende. Estábamos tan convencidos de que nos íbamos a salvar que dimos ese paso. Ese avión era casi de cabotaje, no estaba preparado para un viaje largo, la comida eran algunos chocolates, caramelos, poca cosa... Y todo se terminó enseguida, por mucha división en raciones que hiciéramos, no alcanzaba. Se terminó, hasta ahí llegó. Había que hacer algo y no sobraban las variantes. La noche previa a la decisión de comer carne humana hubo una reunión que preferiría olvidarla, pero lo que uno prefiere a veces no es lo aconsejable. Así que mejor recordar. Hasta con cierto humor, se podría decir que nosotros pusimos de moda la palabra "antropofagia". La reunión fue terrible, hubo quienes se negaron, hubo quiénes primero se negaron y después no tuvieron opción, hubo quiénes se abandonaron y se murieron y hubo los decididos desde el principio. Nunca me voy a olvidar de Nando Parrado cuando le pedí su opinión. Me dijo: "yo me como al piloto". Porque el rumor que había corrido era que el tipo era un poco responsable del accidente, que no había manejado las cosas con pericia. Eso no fue así. Pero en ese momento había que encontrar explicaciones.
Terra Magazine: Después del décimo día empezó entonces ese asunto. Paéz Vilaró: Después del décimo día, y sabiendo que no nos buscaban más. Se trataba de cortar las tiras de los cuerpos y masticar, como con cualquier otro tipo de carne. Algo que nos prometimos todos (y que jamás violamos) fue no dar a conocer jamás quiénes fueron sacrificados. Lo que sí puedo decir es que Parrado, además de tener una voluntad, una templanza y unos cojones a toda prueba, preparó lentamente el viaje del final (que salió bien) porque se acercaba el momento de dar cuenta de su madre y su hermana, ambas muertas en el accidente. Jamás lo reconocerá. Acaso sea inconsciente. Pero todavía recuerdo la noche antes de su partida, cuando me dijo que si no volvían, ahí estaban los cuerpos, me lo dijo llorando.
Terra Magazine: Una hipótesis que es una pregunta. Si ustedes no hubieran sido un grupo, pero no un grupo de conocidos de ocasión, sino un grupo de amigos, o un grupo consolidado por una actividad en común, que se conocían y que cultivaban una fe, ¿piensa usted que se habrían salvado?Páez Vilaró: Es una pregunta muy inteligente. Si hubiéramos sido pasajeros de un avión de línea, unidos por la adversidad de las circunstancias, durábamos menos de una semana. Nos salvamos sólo porque fuimos un grupo.
La crónica dice que el 13 de octubre de 1972, un avión de la fuerza aérea uruguaya con destino a Santiago de Chile se estrelló en la cordillera de Los Andes con cuarenta y cinco pasajeros. Estudiantes, jugadores de rugby, familiares... El impacto dejó doce muertos. A los diez días dejaron de buscarlos. Enterados, y perdidos en medio de Los Andes, decidieron, como fuera, sobrevivir. Los episodios son públicos y abrumadores. En un intento desesperado, Fernando Parrado y Roberto Canessa se lanzaron y atravesaron, durante diez días una planicie nevada y una vertiente que los dejó al borde de un río. Se habían salvado. Se salvaron, en total, dieciséis personas después de 72 días en la montaña a temperaturas inverosímiles. Terra Magazine conversó con Carlitos Páez -así firma su libro y su propio website- en Buenos Aires, sobre esa experiencia y sus enseñanzas.
Entrevista
Terra Magazine: ¿Cuál fue el momento clave en aquella terrible experiencia?Paéz Vilaró: Sin ningún lugar a dudas: cuando escuchamos por la radio, con el sonido cortado por las rachas de viento, la falta de pilas y la precariedad de la antena, que habían desistido de buscarnos, que después de diez días habían desistido de buscarnos... Fue un momento increíble, de temor, de pánico, de liberación, todo junto. Nosotros sabíamos que estábamos vivos, pero el resto del mundo había decidido que ya no valía la pena buscarnos. En ese momento dejamos de ser sobrevivientes para vivir y ser los timoneles de nuestro propio destino. Y lo más impresionante es que después de dar la noticia, el noticiero siguió con las novedades que se estaban preparando en Punta del Este para el verano. Nosotros, o algunos de nosotros, que íbamos siempre a Punta del Este, estábamos perdidos en medio de los Andes, dados por muertos, o enterrados bajo un alud de nieve, mientras la vida, el mundo seguía su curso.
Terra Magazine: En el libro es como una suspensión, algo estático.Paéz Vilaró: Es que por primera vez en mi vida, tenía la seguridad de no existir más para nadie. Ya no contábamos. El mundo nos había descartado, como quien descarta un mal recuerdo. La sensación de soledad de esa noche fue abrumadora. Era la más pura soledad. La soledad más grande que he sentido en mi vida. A los diez días, habíamos desaparecido de la faz de la Tierra. Hubo algunos que esa noche se quebraron, que se quebraron definitivamente, que se abandonaron. Yo lloré, no voy a negarlo, lloré mucho, y recé, me encomendé a Dios. En algún momento, la soledad se transformó en rabia, en impotencia y rabia, pero ganó la rabia, que en esos momentos puedo asegurar que es un sentimiento más productivo, un sentimiento de sobreviviente. Recuerdo que dormité pensando cómo iba a hacer al otro día para salir de ahí, costara lo que costara. Y pensaba si estaba todo perdido o no...
Terra Magazine: Usted también habla en el libro de humildad.Páez Vilaró: Efectivamente. ¿Qué otra cosa si no es humildad se puede ganar bajo la bóveda del cielo a más de 4.000 metros de altura y teniendo la certeza plena de que dejaste de existir para el resto del mundo? Te sentís nada, eso que uno realmente es y que se lo pasa taponando con éxitos, logros, vanidad, drogas, licenciaturas, lo que sea. La humildad me acercó más a Dios. Dios no le pide nada al mundo. Es un puro dar. Pero ese dar no es un objeto, no es algo para consumir. Es una gracia, una fuerza, una energía, un consuelo... Y no se olvide de quién era yo hasta entonces: un malcriado, un nene de papá, un privilegiado que jugaba al rugby y que se estaba yendo de a Chile a divertirse unos días con sus amigos. A mostrarse tal cual un pavo real: chicas, tragos... Y de golpe, ¡bum!, el avión que pierde altura, se quiebra y queda todo roto y como si estuviera estacionado sobre una pista de hielo. Ibamos a divertirnos y terminamos en la nada.
"(...) No hay dudas de que nuestra arrogancia se dio contra una pared, pero también es verdad que nuestros esfuerzos siempre fueron una actividad constante y empecinada para luchar contra el no, contra la negativa con la cual quería contestarnos la cruel realidad de los hechos. El frío, la muerte de los amigos, la sed, la suspensión de la búsqueda (...) Es verdad que ahí es donde se empieza a tomar contacto con Dios. En la cordillera estábamos todos igualados, nadie era superior al otro y como si todo lo que sufríamos no fuera suficiente, Habíamos dejado de existir para los demás (...)".
Terra Magazine: Usted dice que habían desaparecido para el mundo, y es cierto. Sin embargo, su padre, el escultor, el dandy, el dueño de Casapueblo, el hombre de mundo, jamás perdió la fe, siempre pensó que su hijo estaba vivo en algún lugar remoto de la cordillera. Páez Vilaró: Sí. Insistió, organizó búsquedas, no se dio nunca por vencido, molestó a diestra y siniestra para que el rescate no se suspendiera. Ahora, también es complicado lidiar con un padre así, de personalidad tan fuerte, artista, bon vivant, exitoso, viajero, escritor. Y más todavía si uno era como yo, un consentido, con ciertos privilegios por la culpa que le solía generar su divorcio. Pero bueno, hay cosas que no se olvidan: estuviera donde estuviera, papá, el día de mi cumpleaños o el de mis hermanas, siempre estaba presente, siempre, todos los años. Cuando fuimos rescatados, se generaron algunos roces, muy menores, entre los familiares, porque parecía que todo había sido esfuerzo de él, de su tenacidad, de su persistencia. Y, por supuesto, no era así: hubo múltiples factores que ayudaron. El más importante, la fe. En esa fe yo me encontraba con papá.
Terra Magazine: ¿Dios sigue teniendo ahora la misma importancia que entonces?Paéz Vilaró: Bueno... La misma importancia... No sé si se puede medir en esos términos. Y siempre repito algo: la presencia de Dios fue una de las claves para sostenernos arriba, pero no en el sentido de un milagro, sino que el milagro era el de estar vivos y sostenernos distribuyendo las tareas hasta en los momentos más complicados, hasta en los momentos más terribles, cuando ocurrió la muerte del piloto del avión. El tipo estaba condenado, tenía las piernas destrozadas, nos pedía que lo matáramos, entonces le sacamos una pistola con la que se hubiera pegado un tiro. Finalmente se murió. Pero como sucede siempre, una vez vueltos a la vida "normal", por así decirlo, Dios desaparece. En mi caso, no desapareció, no nos permitimos esa arrogancia, estábamos curados de espanto ¿
Terra Magazine: El espanto aparece siempre, en este caso, con la cuestión de la alimentación.Paéz Vilaró: Sí, es cierto. Pero esto hay que hablarlo de frente, sin medias tintas, porque si no, no se entiende. Estábamos tan convencidos de que nos íbamos a salvar que dimos ese paso. Ese avión era casi de cabotaje, no estaba preparado para un viaje largo, la comida eran algunos chocolates, caramelos, poca cosa... Y todo se terminó enseguida, por mucha división en raciones que hiciéramos, no alcanzaba. Se terminó, hasta ahí llegó. Había que hacer algo y no sobraban las variantes. La noche previa a la decisión de comer carne humana hubo una reunión que preferiría olvidarla, pero lo que uno prefiere a veces no es lo aconsejable. Así que mejor recordar. Hasta con cierto humor, se podría decir que nosotros pusimos de moda la palabra "antropofagia". La reunión fue terrible, hubo quienes se negaron, hubo quiénes primero se negaron y después no tuvieron opción, hubo quiénes se abandonaron y se murieron y hubo los decididos desde el principio. Nunca me voy a olvidar de Nando Parrado cuando le pedí su opinión. Me dijo: "yo me como al piloto". Porque el rumor que había corrido era que el tipo era un poco responsable del accidente, que no había manejado las cosas con pericia. Eso no fue así. Pero en ese momento había que encontrar explicaciones.
Terra Magazine: Después del décimo día empezó entonces ese asunto. Paéz Vilaró: Después del décimo día, y sabiendo que no nos buscaban más. Se trataba de cortar las tiras de los cuerpos y masticar, como con cualquier otro tipo de carne. Algo que nos prometimos todos (y que jamás violamos) fue no dar a conocer jamás quiénes fueron sacrificados. Lo que sí puedo decir es que Parrado, además de tener una voluntad, una templanza y unos cojones a toda prueba, preparó lentamente el viaje del final (que salió bien) porque se acercaba el momento de dar cuenta de su madre y su hermana, ambas muertas en el accidente. Jamás lo reconocerá. Acaso sea inconsciente. Pero todavía recuerdo la noche antes de su partida, cuando me dijo que si no volvían, ahí estaban los cuerpos, me lo dijo llorando.
Terra Magazine: Una hipótesis que es una pregunta. Si ustedes no hubieran sido un grupo, pero no un grupo de conocidos de ocasión, sino un grupo de amigos, o un grupo consolidado por una actividad en común, que se conocían y que cultivaban una fe, ¿piensa usted que se habrían salvado?Páez Vilaró: Es una pregunta muy inteligente. Si hubiéramos sido pasajeros de un avión de línea, unidos por la adversidad de las circunstancias, durábamos menos de una semana. Nos salvamos sólo porque fuimos un grupo.
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