Ha sido el peor terremoto en la historia de Japón y, sin embargo, con pocas excepciones, no se ha visto a nadie apresurándose por las escaleras o que se ponga a gritar desperado. ¿Y los edificios? No se abren las paredes, los techos no colapsan, las bases no ceden. Los que estaban trabajando se protegen bajo una mesa. Una reacción fria, casi inhumana, incomprensibile para nosostros.
Un terremoto de esta magnitud podría destruir el espíritu mismo de cualquier otro pueblo. Pero no a los japoneses. Ahí están las imágenes: en el Parlamento de Tokio, ante los ojos un poco perdidos del primer ministro Naoto Kan, todo el mundo se quedó sentado, esperando con relativa calma que pasara el remblor para levantar la sesión.
No hay que sorprenderse por el comportamiento de los japoneses frente a los desastres. El control emocional ya es parte de su cultura. Mostrar en público exceso de tristeza o alegría es un signo de debilidad vergonzosa.
Pero el verdadero secreto está en la preparación. Los japoneses saben desde siempre que viven en una de las regiones más peligrosas del mundo. Entre los miles de pequeños temblores que cada año perturban los rascacielos de Tokio, el "Dai Jishin", The Big One, (el Gran Terremoto) está siempre a la vuelta de la esquina.
Regularmente el país sufre tifones destructivos y maremotos aterradores. No es casualidad que en todo el mundo se llame a las olas gigantes con la palabra japonesa tsunami. No es casualidad que una de las más famosas obras de arte de Japón sea 'La gran ola' de Kanagawa de Hokusai.
Las devastaciones de la naturaleza le han dado a este pueblo un sentido de lo efímero desconocido a los occidentales ; y le enseñó a construir casas que pueden ser reemplazadas fácilmente y a buen precio. Los santuarios sintoístas, incluso los más famosos, son demolidos y reconstruidos cada veinte años más o menos.
En la ciudad, los códigos de construcción requieren que todas las estructuras sean construidas en base a criterios antisísmicos, usando las tecnologías mas avanzadas. Escuelas, oficinas, estaciones, hospitales, todos los lugares públicos tienen planes de evacuación bien establecidos y los ejercicios regulares implican la participación de toda la comunidad.
Una y otra vez a lo largo del año, suenan las sirenas y los altavoces invitan a todos a salir de los edificios, alineados como colegiales, dirigiéndose a las áreas preestablecidas que, por lo general, son escuelas o parques de proximidad. Las sirenas están diseminadas por todo el país y mostradas con señales de advertencia. Así que cuando hay el terremoto, hasta los niños saben qué hacer. Por eso no se veían tantas víctimas.
Después del primer temblor, se toma la mochila de emergencia, siempre lista en algún armario, y hay que dirigirse hacia las zonas de concentración a la espera de instrucciones. Los supermercados se organizan de inmediato para entregar alimentos y bebidas en los refugios. Los hospitales se preparan para recibir a los heridos. Todas las estructuras en riesgo se bloquean inmediatamente, incluidos los trenes y subterráneos, y las costas son evacuadas a la espera de un tsunami destructivo. Y todas estas maniobras se hacen organizadamente, sin desorden, sin apelotonamientos.
Pasado lo peor, la gente se vuelve a su trabajo y todos empezan a reconstruir el país. Así es Japón.
Bruno Picozzi es un periodista italiano. Vive en Taiwán y ha visitado varias veces Japón.FUENTE: http://www.lainformacion.com/
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